No tengo ninguna gracia para los niños. Y en realidad no me gustan. Yo lo reconozco. Pero, ¿Cuántas personas conocéis de esas que dicen: “A mi me encantan los niños” y cuando ven a un crío hacen un paripe que ni Mary Popins? Como mucho me atrevería a decir que les gustan un poco los suyos y eso porque no pueden devolverlos por defectuosos.


El otro día tomando algo en un bar, una mujer a la que sólo conozco de vista, le soltó perlas a mi hija como: “¿Por qué hablas tan alto? No estoy sorda”, o “Si te caes de ahí encima te caliento”. Yo no sabía si se le había subido el Rioja a la cabeza o quería que le arrancara los pelos uno a uno. Como siempre es mejor no escupir para arriba porque te puede caer encima, pues le pasó lo que le tenía que pasar y uno de sus hijos se pegó un guarrazo que la única pena fue que no se lo diera ella.


¡Qué manía tiene todo el mundo de opinar sobre los hijos de los demás! “Si fuera hijo mío”. Me encanta cuando mi hija responde: “Ya, pero no lo soy”. ¿Tengo que reñirle porque dice la verdad? Y los que no tienen hijos y dicen: “El día que yo los tenga…”. Pues eso, guapo, el día que los tengas y para eso hace falta hacer cositas que con tu carácter no creo que hagas muy a menudo.


¿Por qué algunos padres tenemos que estar estresados viendo como se estresan otros por el comportamiento de nuestros hijos?

Hago un llamamiento a todos esos padres, abuelos, familiares y amigos que se meten donde no les llaman: “Por favor, centraros en vuestros hijos si los tenéis, dejad a los de los demás en paz. Si os fijáis bien por una vez en los vuestros, seguro que os dais cuenta que son para echarles de comer a parte.