A sus 50 años Don Cosme necesita encontrar una mujer que quiera compartir con él algunos momentos  de su vida…. no el resto de sus días. A su edad ya no quiere acostumbrarse a las manías de nadie. Para practicar  sexo de manera esporádica  no es necesario compartir  el mismo techo ni planchar camisas. Desde que murió su esposa hace años,  ya ha conocido varias mujeres pero todas pretendían modificar sus costumbres, la decoración de su casa…su vida en general…y todo  sin ofrecer ni siquiera un anticipo de lo que podría llegar a ser.
Desde hace días sale todas las tardes a pasear por el parque. Tiene un buen motivo. Le ha echado el ojo a una mujer de unos 40 años, con el pelo color chocolate, unos labios tentadores  y el mejor escote que ha visto en años. Se miran, sonríen,  pero todavía ninguno  ha tenido el valor necesario para acercarse al otro.
“Hoy va a ser el gran día. De hoy no pasará sin entablar conversación con ella. ¿Y si por fin he encontrado a  la mujer liberal que estoy buscando?”
Dos horas más tarde decide regresar a casa. “¿Le habrá ocurrido algo a mi mujer misteriosa? ¿Estará enferma? ¿Estará con otro? Pero si estoy celoso. No me lo puedo creer.”
De vuelta a casa  ve tirado en el suelo un guante negro de seda. Don Cosme se agacha para recogerlo. Se gira a ambos lados y no ve a nadie. Entonces escucha un pequeño ruido que no identifica. De nuevo se da la vuelta  y ve un portal entreabierto. “Aquí, entra, corre.” Escucha.
Está muy oscuro y casi no ve nada. Al entrar,  la puerta se cierra de golpe.
“¿Quién está ahí?” Pregunta don Cosme con la voz un poco temblorosa.
“¿No sabes quien soy?”  Alguien le pregunta mientras siente unas manos suaves  recorriéndole  la espalda.  
Un escalofrío le sube por  todo el cuerpo mientras la mujer misteriosa le tapa los ojos con el guante de seda que a Don Cosme se le acaba de caer de las manos.
“¿Quién eres? Podría  entrar alguien.”
“No me importa. Llevo semanas imaginándome este momento. Relájate y disfruta. Durante un rato seré el sueño de cualquier hombre.”  Cosme se gira buscando sus labios. Quiere besarla, sentir el contacto de su boca. Ya no tiene 20 años, pero sigue teniendo el mismo entusiasmo. Conserva la sensibilidad y las mismas ganas o más,  de estar con una mujer de verdad…una mujer como esa. Siempre estuvo enamorado de su mujer pero ella nunca estaba dispuesta a hacer locuras.  Llevaba años conformándose con hacer el amor una vez por semana y   precisamente por esa monotonía hacía ya tiempo que había dejado de proponerle nada nuevo. Ya sabía la respuesta: “Estás loco. Yo no soy una cualquiera.” Pero él quería eso, alguien que le sorprendiera como la mujer del parque…porque estaba seguro de que era ella.
Absorto en sus pensamientos despertó al sentir como la mujer le recorría el pecho con su lengua después de abrir cada botón de su camisa. No daba crédito. El contacto de su lengua contra la piel le estaba dejando sin respiración.  Y seguía deslizándose lentamente hacia abajo. Segundos más tarde escuchó el ruido de la cremallera de sus pantalones. Notó su respiración, ya  entrecortada. Su ritmo cardíaco se aceleraba segundo a segundo. Quería pedirle que parara pero no podía. Tantos años esperando y deseando un momento como ése. Durante unos minutos le pareció que el mundo se paraba. Notaba cada terminación nerviosa de su cuerpo. Pero cada vez que estaba a punto, ella cambiaba de maniobra y su lengua se relajaba. Imposible estar más excitado. A estas alturas ya no podía más y sólo podía pensar en el final. Pero en un arranque de locura decidió levantarla y tumbarla sobre lo peldaños de las escaleras. No le parecía buena idea. Primero porque al día siguiente les iba a doler todo el cuerpo y lo más importante, sabía que poco podía aguantar hasta el inevitable final. Y después de tanto tiempo esperando, no podía permitirse una actuación tan triste. Comenzó a acariciarle por encima del vestido. Notó que no llevaba ropa interior.
 “Hoy es mi día de suerte. A lo mejor esta mujer sabe leer el pensamiento y me ha caído del cielo para cumplir  mi mejor fantasía. ¡Dios existe!”
El vestido se deslizó hacia arriba  hasta llegar  a su cintura.
“¿Dónde tendrá los botones este maldito vestido? Me muero por hacerle el amor como un loco pero no llevo semanas soñando con ese escote para perdérmelo ahora por las prisas.”
De nuevo ella le leyó el pensamiento y se quitó el vestido lentamente hasta dejar todo su cuerpo a la vista.
“E...e…e… er…er…eres preciosa. Y yo estoy muy nervioso.”
“Cállate. No estamos aquí para hablar. Necesito que te muevas como si esta fuera la última vez que puedes hacerle el amor a una mujer.”
Don Cosme comienza a besarle el cuello suavemente y con sus manos le acaricia sin cesar. Ya no aguanta más. Ella enlaza sus piernas alrededor de su cintura mientras él se mueve lentamente en un intento por alargar el momento el máximo posible. Esboza una sonrisa de satisfacción pensando en todas las horas de gimnasio que ha hecho en los últimos meses. Ahora entiende por qué.

“Me tienes loca desde hace semanas. No pares por favor. No pares…”

Media hora más tarde Don Cosme camina de nuevo hacia su casa…solo.  Antes de entrar en ese portal tenía claro que quería a  alguien sólo  para compartir sexo de manera esporádica  pero ahora…ya no estaba tan claro que pudiera olvidar su boca.”