7 de la mañana. ¡Me va a explotar la cabeza! Como puedo me arrastro hasta el cajón de las medicinas. “Por favor, por favor, que queden Alka Setzer.” ¡Dios existe! ¡Todavía hay dos! Caducadas.  No importa. Los efectos nocivos  de la caducidad no pueden  ser peores que el del alcohol martilleándome el cerebro. Vuelvo a la cama. ¡¡¡¡¡¡¡Ahhhhhhhhhh!!!!!!!!!! Pero, ¿Qué coño es eso? Estoy viendo a través de lo poco que abro los ojos el esqueleto de la piñata de las fiestas del pueblo colgando del techo. “¿Por qué tuve que beber tanto? Ahora, ¿Cómo  acabo a Bob Esponja?” Uy…se me ha ocurrido una idea. Me lanzo en plancha a la cama.
“Amor, tenemos que acabar la piñata”
“¿Tenemos? ¿Soy yo el que siempre se mete en esos telares? Rrrrrrrr.”
“Rrrrrrrrr…..Rrrrrrrr” Creo que no ha terminado la frase y yo ya estoy otra vez planchando la oreja.
“¡Dios mío, son  las 10. Levántate!” Salgo de la cama rauda y veloz. Como una posesa empiezo  a llenar de cola todo el molde. No sé si alguna vez habéis hecho una de esas dietas milagro que consisten en  forrarse  con celofán de arriba abajo. Mi Bob Esponja estaba más bien flacucho pero yo estiré el papel crepé y en la medida que me permitía el resacón, di vueltas y vueltas hasta que aquella masa de periódico quedó forrada de amarillo y marrón.
“¿Nunca te cansas de hacer el ridículo?” Mi novio  en la puerta de la habitación observando la operación con cara de incredulidad. ¿Qué puedo decirle?  Más bien agradecida porque el día antes tuvo la brillante idea de comprar una pegatina de Bob Esponja. (Para mí que ya intuía  lo que iba a pasar. Conmigo no le hace falta una bola de cristal). Vi la pegatina sobre la cama y pensé ¿Para qué voy a recortarla si puedo pegarla entera? Total Bob Esponja ya no tenía ni brazos ni piernas… así por lo menos tenía pantalones y corbata.
“A ti te da igual que todo el mundo se ría de ti, ¿Verdad?”
“Tira, que llegamos tarde. Coge la piñata a ver si se me va a romper ahora que todavía no está seca. Con lo que me ha costado hacerla…”
Llegamos a la Red de Valdetuejar  a la hora de misa. Momento perfecto para esconder las pistas de la búsqueda del tesoro (menos mal que esto ya lo había preparado hacía días). Todo el mundo desafinando en la iglesia y yo guardando dos cofres con tesoros en el fondo de la fuente. Primer fallo: Ir con tacones de 10 centímetros a la montaña no es aconsejable. Segundo: Vestir de riguroso luto con 36 grados tampoco es muy acertado. Y para colmo,  las únicas 6 personas ateas del pueblo están sentadas en la fuente.
Aunque no pintaba bien,  teniendo en cuenta quien era la encargada de la comisión de festejos infantiles,  todo fue un éxito. De poder reclamar algo,  serían mis sandalias. Claro que ¿Quién me manda a mí estar todo el día monte arriba, monte abajo? El monte arriba todavía, pero… ¿El monte abajo con la sandalia de madera partida por la mitad? El número la cabra. Estábamos la Duquesa de Alba y…yo.