No sé si estaba enferma el día que hicieron las fotos de la graduación en mi cole de Carmelitas de Abajo. 30 años más tarde una compañera consigue reunirnos, lleva la famosa orla  y por fin entiendo qué fue lo que pasó realmente el día de las instantáneas. ¡Con tan sólo 11 años yo ya era una niña con visión de futuro! Ya entonces podía escuchar con claridad  las risas del resto de mis compañeras y las mías  viendo mi cara de mema  30 años más tarde…lo sé porque eso fue lo que yo no puede evitar hacer al ver la de las demás. ¡Madre de Dios! ¿Cómo podían dejarnos nuestras madres ir con esa pinta al colegio? Menos mal que  todas presumían de ser  auténticas madres en la vida, de esas  que te peinaban  durante 10 minutos clavándote las púas del peine para que la raya no se te desviara ni un milímetro en toda la jornada escolar. A pesar de mis cuatro pelos,  mi madre conseguía a veces colocarme unas trenzas al estilo Dama de Elche tan tirantes  que por la noche me dolía la  cabeza.  Cuando hace poco vi a la Leti con algo parecido en su cabeza,  ya pensé yo: “Hala, una que se ha levantado hoy con nostalgia. Ya verás, ya,  cuando te quites todas las horquillas…”

Más de 30 años distan  entre el modelo de “Mama dame 100 pesetas” del baile de  4º EGB (un modelo  Pocahontas disfrazada a lo  Paris Hilton, lo que viene a ser un saco de  patatas color rosa fucsia y una cinta dorada en la frente) y la reunión del sábado. Podríamos habernos hecho la misma foto y las diferencias habrían sido mínimas:

Con casi 40 estamos más guapas que entonces, todas sin excepción y algunas,  especialmente.
Con casi 40 todas somos independientes y sabemos lo que queremos, quienes somos y lo que somos.
Con casi 40 estamos todas mucho más sexies,  con algunas arrugas (poquísimas) pero sin aquellas horribles medías y zapatillas blanco enfermera…este apartado  era fácil de mejorar.
Con casi 40,  me di cuenta mientras nos escuchaba,  que aunque   a ninguna nos importaría volver al pasado sabiendo  todo lo que sabemos ahora, tampoco cambiaríamos el presente.

Cual terapia de grupo, a grito de “te apoyamos, te queremos”, cada una se fue confesando. 30 años dan mucho de sí. En todo ese tiempo la vida no siempre nos trató todo lo bien que nos merecíamos pero allí estábamos, riendo y gritando (no sé por qué las mujeres gritamos tanto cuando estamos juntas). No sé si fueron las monjitas (lo dudo) o la orla pero ¡Qué cantidad de buenos recuerdos! Entre ellos el de una de mis compañeras que al mirarme dijo: “Es mirarte y  te veo un sobresaliente escrito en la frente.”