Si como madre creo que no llego al 5 raspaó, como embarazada no me habrían puesto ni un 4. Mi prima da a luz en unos días y le encanta estar embarazada. Casi igual que yo que cuando llegué a los 7 meses les dije a mis hijas: “Si queréis, ahora ya podéis salir”.

A medida que el tiempo pasaba y pasaba y yo veía que ellas seguían ahí tan a gusto, hice todo lo que ponía en los libros para adelantar el momento.

Que había que caminar… yo hice maratones, que si tomabas no sé que hierbas tenías contracciones…mi casa parecía un herbolario, que si practicabas “triple salto mortal con tirabuzón” también podías provocar el parto… yo como Nadia Comaneci.

Todos mis esfuerzos fueron en vano. Mis hijas decidieron pasar de mí (siguen igual) y salir 10 más tarde de lo previsto y por obligación. Si no, estoy convencida que todavía seguirían allí.

Ellas unas necias y yo una egoísta. Menuda mezcla. Ni vómitos ni lumbago ni ciática. Nada y aún así el embarazo para mí fue sinónimo de impedimento. Llevar una mochila rígida colgada todo el tiempo complica bastante todos los movimientos.

Mis únicos retos en los últimos meses fueron: cruzar los semáforos antes de que se pusieran en rojo, poder girar en la cama sin la ayuda de una grúa, evitar que se me cayera todo al suelo, si al final se me caía (ocurría con frecuencia) cogerlo a la primera.

Soy un poco primitiva y pocas cosas me encantan en la vida. ¡Qué casualidad! Estar embarazada me impedía hacer casi todas: comer todo lo que quieres, beber nada de lo que quieres y hacer “otras cosas” cómo quieres.

Y llegó el momento y me sentí libre, como si me hubieran quitado un peso de encima…nunca mejor dicho. Y ahí me di cuenta que ya nunca más sería la misma. ¡Ya no se me caían las cosas! Las que se habían desplomado sin remedio eran algunas partes de mi cuerpo. Si por lo menos fuera como las modelos que les permiten meter en el quirófano a los de Corporación Dermoestética….