“Me encanta tu hija. Es muy trabajadorina, muy responsable, ordenada, curiosina. Además, es un encanto. Súper cariñosa.” Esta es la frase que irremediablemente vengo escuchando sobre mi hija Adriana  un año tras otro en  boca de  diferentes profesoras. Yo las escucho con paciencia (me sé el discurso casi de memoria), las miro perpleja y me muerdo la lengua por no preguntar: “Pero, ¿De quien me está usted hablando? ¿No habrá confundido las citas en la agenda? A lo mejor mi hija tiene  algún tipo de trastorno bipolar.

Trabajadorina: Hoy han repartido los papeles de la función de Navidad. Salgo toda orgullosa porque le he conseguido uno de los más importantes, el de Caperucita Roja. (Me he tenido que inventar que ya tenía el disfraz pero todo sea por ejercer de madre modelo). Pues no va y se enfada conmigo porque por mi culpa va a tener que aprenderse no sé cuantas líneas más que el resto.

Responsable: “¡¡Mamá!! Es jueves y otra vez vengo a clase sin la carpeta transparente de música. Me da igual. Le pienso decir  a la profesora que mi madre todavía no ha encontrado el momento  para   ir a comprármela. No me la pienso cargar por tu culpa.”

Un encanto:    “¡Eres la madre más pesada del mundo! Nunca he conocido una madre más pesada que tú.” Esta es su frase de buenos días a lo largo de todo el año. Y después: “Papá me deja…” “Papá me da…” “Papá me hace…” “Papá, papá, papá…”
                        “¿Tú ves a papá? No, ¿verdad? Pues ala, ya estás perdiendo el culo vístete, péinate, lávate los dientes y bébete la leche antes de que yo llegue a la puerta.”
                        “¡¡¡¡¡Pesada!!!!!”

Cariñosa:       “Quiero más a papá que a ti. A ti también  pero…no tanto.”
                        “Me parece bien pero ese tipo de cosas no se dicen, Adriana.”
                        “Sí, claro,  para que luego me riñas por decir mentiras.”
                       
Ordenada:      “Adriana, recoge la ropa limpia  en la habitación y lleva  la ropa sucia a la lavadora.”
                        “¿Por qué tengo que hacerlo si ya ha venido mamá?” (Esa fue la bienvenida al llegar de México.) “Adiós, papá. Ya no estamos en el ejército.”

            Según las profesoras es  la alumna modelo, la niña modelo. Ojalá yo  fuera de esas madres que son incapaces de ver ningún defecto en sus hijos. De ser así, sería  la hija modelo y yo,  la madre perfecta de esas que van gritando por ahí: “Yo por mi hija matOOOO!!!!”