Vuelta de vacaciones. 8 días en un lugar de ensueño en la montaña. http://www.casalara.es/. Llegamos al   paraíso  el domingo.  Valentina, maravillada, repetía sin cesar: “Esta casa es divina. Mami, pero,  ¿De verdad vamos a dormir aquí hoy? Es súper divina. Yo quiero vivir aquí para siempre.” (Y, ¿Quién no?). Adriana y su amiga Gina corrían de un lado a otro observándolo todo, gritando como histéricas locas sacadas de alguna  “Villa Serena” (nombre ideal para una clínica mental). En la casa de al lado, unos belgas en busca de paz y sosiego. ¡Cuánta ignorancia! Ver sus caras (las de las niñas,  no las de los belgas) es un momento que  no tiene precio. Los ojos abiertos como platos, sonrisas con tantos dientes como la de la Pantoja. Saltos, brincos,  gritos y alaridos. Apenas 17 grados pero no estrenar la piscina habría sido un delito. ¡Mira que si la vacían mañana!
Buscas  tranquilidad.  ¡Qué mejor  manera  de encontrarla  que en una casa perdida en  la montaña! Pues…una casa pérdida en la montaña con 3 niñas. O mejor aún, podéis  adoptar también  a Luis y a su hermano Víctor (vecinos del pueblo) y montar así una ludoteca en casa. Esto me trae a la mente a los 3 Herodes que tengo por compañeros de trabajo que opinan debería haber: hoteles, restaurantes, vuelos, bodas, vacaciones, vida en general en la que los niños tuvieran la entrada prohibida. Es la opinión respetable de los que ya olvidaron su infancia.
Para entender a mi hijo adoptivo Luisito  tenéis que visualizar a  Steve Urkel  cada vez que se declaraba a Laura Winslow en Cosas de Casa.
Luis: “¡Hola!, Soy Luis y  soy asturiano. Tengo 8 pa 9” (Mi hija con tener un año menos le saca  una cabeza y medio cuerpo). “Mi hermano Víctor tiene 11 pa 12” “Esta casa se construyó en el 2006 pal 2007”. “Disculpa que te moleste pero podrías…disculpa, eh, si no es mucha molestia”.
Yo: “Luis, disculpa pero las chicas se van a bañar. ¿Puedes venir después?”
Luis: “Puedo esperar fuera. Para mí no es ninguna molestia. ¿Tienes arcilla para hacer una figurita mientras espero?”
Estas vacaciones fueron de alguna manera muy reveladoras y  descubrimos que a mi hija Adriana,  a la que hasta entonces todos habíamos visto como un pequeño marimacho (guapísima,  pero marimacho), resultó que le gustaban los chicos. El primer galán:  el requetemachote de Luisito, el macho vernáculo  que corre como el viento cuando se le acerca un  cachorrito, el que  grita ante la visión de una peligrosa y mortífera abeja, el que provocaba frases en las niñas  como: “¡¡¡¡¡¡Qué viene Luis. Corre, que me tengo que cambiar de ropa!!!!! ¡¡¡¡¡Ah, Es Luis!!!!!(Como si hubieran visto una aparición mariana) ¿¿¿Podemos ir a buscarle a su casa??? (Hace 5 minutos que se ha ido)," ¡Oh, horror, en pijama no!"  Lo único  malo: No sé donde habría aprendido este pequeño genio el sistema de la reproducción pero  tenía una lamentable  confusión mental con los orificios. ¡Menudo cacao mental  les preparó! Otro tarado  igual que la amiga de una amiga que presumía de ser virgen porque en realidad todos los chicos con los que había estado sólo  le habían dado por… pero el otro agujerito, el realmente importante,  ése, ése   lo tenía  intacto.