Mi abuela era de esas mujeres que venía a casa y lo notabas. Abrías la puerta al volver del colegio y allí estaban, delante de ti, unas bayetas que ella misma había cosido aprovechando  cualquier  jersey de mi padre al que le hubieran salido bolas. No te había dado tiempo a subir en ellas y ya la oía gritar: “Usa las bayetas que he estado sacando brillo al suelo toda la mañana”. En realidad no sé para qué gritaba si en un segundo ya habías recorrido 10 metros del tirón  y  te habías plantado en el salón. Si el dueño del Carrefour hubiera probado tan sólo una vez las bayetas de mi abuela, ya no existirían  los empleados esos que van en patines. Irían todos en las bayetas de mi abuela y habrían duplicado su productividad.
Mi abuela era “lo más” y yo creo que como la adoraba, Dios me quiso premiar  años más tarde  dándome la oportunidad de que se reencarnara…con un pequeño fallo en la ejecución. Mi abuela era una mujer que no daba un ruido jamás  y su reencarnación, o sea mi ex marido, un toca pelotas de mucho cuidado.
Después de Navidad llegó un día y me dijo: “Que no te moleste, eh! pero… ¿Te importaría que a partir de ahora le lavara yo la ropa a la niña? Es que tú con dos o tres lavados la estropeas toda. Yo creo que es porque no la pones a remojo (he ahí la primera señal de que mi abuela había retornado. No  oía  esa palabra desde que se la escuché a ella refiriéndose a las lentejas). Y siguió: “Es que he comprado ya 5 productos de limpieza para que le salgan esos lamparones (¡¡¡ole mi abuelita!!!) y no hay manera de sacarlos por mucho que la  restriegue” (¡¡¡Vamos allá…otra vez!!!)
Mi cara tenía que ser todo un poema pero mantuve la compostura y respondí fríamente: “¿Sólo quieres llevarte la de ella?”
Después de mantener esa amena conversación con  la reencarnación de mi abuela Iluminada, llegó el iluminado de mi novio y esta fue la conversación:
Yo: “Amor, chuchi, corazón…”
Él: ¿Qué quieres de mí? Si es sexo ok, si no, estoy agotado. Echa la solicitud mañana.”
Yo: “No, cariño si es una tontería de nada”.
Él: “Uy  madre, yo me siento”
Yo: “A partir de ahora si por casualidad pusieras una lavadora, acuérdate de separar la ropa de Adriana y la metes en una bolsa”
Él: “Como…¿Por qué?”
Yo: “Es que ha dicho su padre que prefiere lavarle él la ropa. Total… ¿Qué más nos da?”
Él: “Me estás vacilando, ¿Verdad? Esto es de esas cosas de cámara oculta…fijo”
Yo: “Pues….no”
Él: (su cara era indescriptible. Ya siento no poder encontrar los adjetivos para que os hagáis  a la idea)
Yo: “Joderrrrr….Pero si tú nunca pones la lavadora, ya me dirás tú a mí en que te viene y en qué te  va la historia”
Él: “No,  si encima le darás la vuelta a la tortilla para meterte conmigo en lugar de decirle a él cuatro cosas. Pues a partir de ahora, ¿Sabes lo que te digo? Pues que  las pienso poner yo todas y pienso juntar la ropa blanca con la de color y con la del trabajo. Hala…todo lleno de serrín a ver qué tiene que decir a eso Mister Propper.”