Si alguien me preguntara qué recuerdos me trae la Nochebuena diría que el de mi abuela cocinando desde por la mañana y ese olor indescriptiblemente jugoso y apetitoso que salía de la cocina cuando llegabas a la cena. ¡Cuánto amor en esas cazuelas!  Los años han pasado. Por desgracia ella ya no está para cocinar y ahora su nieta corre por los pasillos de los supermercados buscando todos los precocinados  con aspecto de delicatessen,  a ser posible de los que no dejan ningún olor en casa una vez te los has comido. Pero entre Ferrán Adriá  y el McDonalds  hay muchos “restaurantes”  intermedios…Primera opción: Mi madre. Menú tradicional (sopa, langostinos y cordero, todo muy bien cocinado). Segunda opción: Otra madre (patatas fritas con aceitunas y ganchillos, fritos de bolsa como para una boda, sopa de sobre, carne, langostinos,  latas de melocotón en almíbar y piña fresca como la  guinda sofisticada  de todo el menú). Tercera opción: Otra madre (Todo el surtido de quesos existentes en el mercado, trozo de carne desconocido  al horno después de sacar todas las sartenes que lo ocupan desde la última Nochebuena, y turrones). Cuarta opción: Última madre: 7 primeros, 7 segundos, 7 postres y menú personalizado para cada invitado. (Las 4 de la mañana y los comensales a punto de ir a urgencias sin haber llegado aún al postre.)
Y esto después de sondear sólo a 4 personas…
Si en la comida hay gustos para todos, hay tradiciones que no cambian nunca y en esa coincidimos todos.  Salir a beber champán con los amigos por la tarde, exaltación de la amistad después de 3 copas, besos y abrazos de despedida a gente que casi ni conoces (¡¡de los de palmada en la espalda!!) sentimientos de bondad que afloran sólo en esta noche, gente que canta villancicos a los que les arrearías con la botella de anís en al cabeza, poner de mala hostia a tu madre según te ve entrar por la puerta de lado a lado, intentos infructuosos por no dormirte encima del plato, comer como si acabaras de salir de una huelga de hambre…¿Alguien da más?