Después de mi divorcio compartí piso con mi hermana pequeña. A los pocos días  de mudarnos a un sitio precioso en el centro averiguamos por casualidad que antes había sido una casa de citas.

Un día llamaron al timbre y al abrir la puerta vestida con una camisola de verano transparente  apareció en el umbral de la puerta un hombre altísimo. Sin darme tiempo a reaccionar dio tres pasos hacia delante y yo otros tantos hacia atrás.

“¿Qué quería?” Pregunté. Me miró sorprendido y dijo muy bajito: “Ya sabes…lo del anuncio”.
“¿Qué anuncio?”. Pregunté con cara de idiota. “El anuncio...” Dijo mirándome al escote con cara de salido. En ese momento mi hermana que había estado observando la escena  desde la puerta de su habitación  dijo: “Para tu información,  esta es una casa cualquiera. Y se lo vas diciendo a tus amigos.”.

El hombre abrió los ojos como platos. “¿En qué que quedamos? ¿Aquella sabe lo del anuncio y tú te haces la tonta?” Miré para mi hermana con cara de asesina: “Casa cualquiera”. ¿No podía haber usado otras palabras?

Gracias a Dios mi novio apareció en medio del pasillo que en ese momento ya parecía el metro en hora punta, miró para mi camisola con cara de espanto, para mi hermana que tampoco llevaba mucha ropa encima y para el armario empotrado que teníamos en medio del pasillo. “¿Qué pasa aquí?”. El hombre no sé si pensó que era otro cliente,  si estábamos todos locos pero el negocio discreto no le debió de parecer porque acto seguido se giró y salió a paso acelerado.


Me cayó una bronca que seguro cuando lea esto se acuerda otra vez y me la vuelve a echar. Y a mi hermana le cayó otra por lerda. Según se fue el hombre dijo: “Ahora entiendo por qué el otro día había un tío en casa. Estaba esperando a Nuria. Oí el timbre, abrí abajo y me metí en la ducha. Cuando entró  grité: “Ya salgo”. Y cuando salí había un hombre esperando en la entrada. Grité tanto que salió corriendo. (Mi hermana tiene un tono de  voz mil decibelios por encima del resto de los humanos  así que es comprensible que el hombre huyera espantado”.

Si lo pienso fríamente son varias las veces que me han ofrecido dinerín por hacer cositas. La del tren, ésta que os he contado y ahora que lo recuerdo una vez un mudo me hizo unos gestos muy obscenos con el dedo mientras sujetaba unos billetes en la otra mano. ¡Qué sospechoso es todo! Tengo que reflexionar.