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¿Cuántas veces has dicho “Ya no puede pasarme nada peor” y te has equivocado? ¿Cuántas veces has dicho: “Algún día me reiré de esto…pasará mucho tiempo pero terminaré viéndole la gracia”?


Si has tenido un mal día, si crees que ya no puede pasarte nada peor o todavía no has olvidado eso de lo que tardarás mucho en reírte, entra en este blog y comprobarás que no eres el único. La idea no es consolarse con las “desgracias” ajenas, sino aprender a reirse de lo que haya podido convertir tu día en un infierno.

viernes, 7 de mayo de 2010



En mi familia no creáis que yo soy la única a la que le encanta hacer el ridículo. Hay otros que también tienen su punto.

Hace ya  años una noche mi padre llegó a casa del trabajo a las 11 como de costumbre. Mi madre y yo estábamos viendo la tele. Él entró, saludó,  nos miró y nos dijo: “No os vayáis a la cama, ni tú ni tú. Tengo que hablar con vosotras”.   Nos miramos sorprendidas y pensamos: “¿Qué le pasará a éste?” Es muy raro ver a mi padre montando números.

Unos minutos más tarde salió de la cocina y de camino a la cama me entregó una servilleta de esas casi transparentes  de los bares y se fue a dormir. Abrí la servilleta y leí en voz alta: “Muchas gracias por felicitarme en el día de mi cumpleaños.”

Pero, “¿Hoy no es 26 de abril?” Le pregunté a mi madre. “Pues sí, ¡Pero si el cumpleaños de tu padre es el 26 de mayo! ¡Gilipollas!”.

Cuando oyó el insultó y mis carcajadas volvió al salón. No sé cómo tuvo la cara pero volvió. Yo creo que era más la curiosidad de saber por fin por qué nadie le había llamado en todo el día. Pobre calimero…

Os imaginareis la fiesta  un mes más tarde. Globos, pitos y una pancarta donde se leía claramente: ¡Felicidades, hoy es tu cumpleaños!

Hace 10 años tomé la decisión de viajar a Honduras. Quería vivir de otra manera, otras experiencias, conocer otra cultura, otra forma de vida. Todo eso lo conseguí y antes de lo que pensaba. No había bajado del tren que me llevaba al aeropuerto y un hombre me dio 30 euros. Por un momento tuve que pensar si había hecho algo con él y no me acordaba (viajar de noche es lo que tiene). Pero no…sólo se le había caído la cabeza sobre mi hombro un par de veces y la mano en la rodilla otras tantas. Si llegamos a echar un polvo me da una pasta…

Tuve que dormir en el aeropuerto de Miami hasta el día siguiente. Y ahí conocí a un mejicano. Una persona de esas a las que hay que darles una leche para que hablen y 100 para que se callen, así que no pegué ojo y antes del amanecer recibí mi primera proposición de matrimonio. Con lo que a mí me gusta una boda…

Y aterrizamos en la pista más pequeña del mundo. Con semáforo y todo en medio de la ciudad para que no pasen los coches cuando llega un avión. Allí me esperaba mi amigo Ramón. El padre Ramón. Igual que un niño de San Ildefonso. Para cerrar la maleta había tenido que subirme encima y ahora una mujer se disponía a abrirla. ¡Nooo, Dios mío! ¿Por qué tuve que dejar toda la ropa interior para el último momento? Menudo despliegue de bragas y sujetadores. El, sin saber para donde mirar y yo “tierra, trágame”. Claro que hubiera sido mucho peor si hubiera dejado encima las botellas de chupito y el jamón. Igual que Paco Martínez Soria

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