Hace 10 años tomé la decisión de viajar a Honduras. Quería vivir de otra manera, otras experiencias, conocer otra cultura, otra forma de vida. Todo eso lo conseguí y antes de lo que pensaba. No había bajado del tren que me llevaba al aeropuerto y un hombre me dio 30 euros. Por un momento tuve que pensar si había hecho algo con él y no me acordaba (viajar de noche es lo que tiene). Pero no…sólo se le había caído la cabeza sobre mi hombro un par de veces y la mano en la rodilla otras tantas. Si llegamos a echar un polvo me da una pasta…

Tuve que dormir en el aeropuerto de Miami hasta el día siguiente. Y ahí conocí a un mejicano. Una persona de esas a las que hay que darles una leche para que hablen y 100 para que se callen, así que no pegué ojo y antes del amanecer recibí mi primera proposición de matrimonio. Con lo que a mí me gusta una boda…

Y aterrizamos en la pista más pequeña del mundo. Con semáforo y todo en medio de la ciudad para que no pasen los coches cuando llega un avión. Allí me esperaba mi amigo Ramón. El padre Ramón. Igual que un niño de San Ildefonso. Para cerrar la maleta había tenido que subirme encima y ahora una mujer se disponía a abrirla. ¡Nooo, Dios mío! ¿Por qué tuve que dejar toda la ropa interior para el último momento? Menudo despliegue de bragas y sujetadores. El, sin saber para donde mirar y yo “tierra, trágame”. Claro que hubiera sido mucho peor si hubiera dejado encima las botellas de chupito y el jamón. Igual que Paco Martínez Soria