“¿Llevas minifalda? A ver…” Álvaro se agacha y levanta las faldas de la mesa camilla.
Todos los días el mismo ritual. Lleva un año viniendo a clase de inglés y siempre hace y dice las mismas cosas. Sube las antiguas escaleras  de madera de casa de mi madre como si fuera un elefante. Se apoya en la puerta de entrada: “¡Al de la casa! ¿Se puede?”. Cuando llega a la habitación deja caer la mochila como si pesara 20 kilos, pego un bote en la silla del susto   y después él mismo se desploma  sobre la silla. Algún día partirá las 4 patas y ese día sí que me voy a descojonar viva.
Me mira, sonríe maliciosamente, baja las gafas hasta la punta de la nariz y pregunta mirando por encima: “¿Me das un beso?”
“No, Álvaro. Eres un cansino.”
“Venga, sólo uno. Aquí, aquí” Esto lo pronuncia estirando los morros…tanto que parece recien llegado del Congo.
“He dicho que no. Abre los libros.”
“¿Para qué?”
“¿Para qué vienes aquí, anormal?”
“Para cumplir mi fantasía. No te imaginas  cuántos chicos sueñan con liarse con su profesora. ¿No te das cuenta de que cumplirías el sueño de un menor?,  ¿Eso no te haría sentir sexy e importante? Anda venga, tonta que estoy como una moto.” Este último comentario lo acompaña del gesto del chico Martíni…con la diferencia de que éste tiene las uñas todas mordidas.
“Deja de decir bobadas y abre el libro de una puta vez.”
“¡A que te acorralo entre la mesa camilla y la pared!”
“Joder…abre el libro.”
“No lo he traído. Tú no me das un besito…yo no tengo librito”
“Ala pa tu puta casa. Me tienes hasta los güevos. Voy a llamar a tu madre a ver qué le parece.”
“Le diré que me acosas en clase. Seguro que me cree. Su hijito del alma es una perita en dulce.”
“Sí claro. Con esas gafitas de pasta dura seguro que te rifan todas las niñas.”
“Pues no es lo único que tengo duro…” Ahora levanta las cejas como si fuera Groucho Marx.
“¡¡¡FUERA!!!”