Los niños no dejan de sorprenderme. El otro iba con mi hija (la chivata)  camino de la feria.
Caminando por la orilla del río vimos como por el puente venían dos niños con sus padres. El primero tendría unos 10 años y cargaba un globo gigante de Bob  Esponja. El pequeño  venía detrás con su padre (tendría unos 6 o 7 años). De repente se le escapó su globo y cayó al río. Al verlo le dije a Adriana: “Mira, seguro que ahora se pone a llorar  como un memo.”
“Pues no entiendo por qué. Es una bobada. Puede venir otro día a la feria y le dan otro.” Yo no daba crédito a tanta madurez.
Cuando nos lo cruzamos, el niño venía a grito pelado con la boca abierta como un paraguas. En lugar del globo parecía que le hubieran  robado un riñón.
 “¿Ves? Acerté. Me acuerdo que cuando eras pequeña,  a ti te pasó algo parecido.”
“¿Ah sí? No me acuerdo.” Dijo como que no iba con ella la cosa. “¿Cuándo fue eso?”
“Tenías 3 años…creo. Ibas en el carrito y la yaya te ató el globo a la silla. Al poco  se soltó y por tu forma de llorar se enteraron en todo el vecindario. Ahora no me acuerdo cual era la figura del globo.”
“Y, ¿Por qué se soltó?”
“Me imagino que la yaya no lo ató bien. Pero ¿No te acuerdas?”
“No”
Unos segundos más tarde me miró y dijo con todo condescendiente: “¡Era un dálmata!”
Hay traumas de la infancia que no se olvidan nunca…