El día que decidí escribir este blog fue porque alguien me dijo que tenía que contar todas  las estupideces  que   me pasan, situaciones tan absurdas a veces,  que sinceramente,  si no fuera porque me pasan a mí directamente, no me las creería.
Hoy he vuelto a perder la comida…y con esto no me refiero a que haya  vomitado.  Ya me ha ocurrido en varias ocasiones en los últimos años.

La primera vez fue un día en el  que después de comprar en el supermercado me dijo mi pareja de entonces: “Voy buscando el coche mientras tú devuelves el carro de la compra.” Unos minutos más tarde, le vi venir por el carril de salida y me subí al coche. “¿Y las bolsas?”. “Uy…en el carro”. Corrimos a buscarlas pero evidentemente el que vino detrás de mí a coger un carro tuvo que pensar: ¿Quien puede ser tan gilipollas que mete el carro para sacar la moneda y no ve que está medio lleno?”

La segunda vez había dejado el coche aparcado en la calle de mi madre. Subí a  su casa, recogí todas las bolsas que tenía con la compra y bajé. Subí a la niña a su sillita y fui hasta casa de mi hermano. Cuando llegué me preguntó mi cuñada. “¿Y las bolsas del súper?”. Llamé a mi madre rápidamente (hay que tener valor sabiendo las voces que me iba a meter). “¿Puedes asomarte a la ventana un momentín?” (Imaginaros un tono de acojone total) “¿Para qué?” (Imaginaros un tono seco, seco). “Tú, asómate y dime si ves ahí unas bolsas de la compra” (Me tapé los oídos mientras pronunciaba estas palabras). “Es imposible ser más gilipollas. Ahí no hay nada. Voy a bajar a ver.” En esta ocasión recuperé las viandas. Resulta que minutos antes había pasado el florista en dirección al kiosco y comentó: “Vas cargada”. Imaginaros cuando volvió de comprar el periódico y vio todo aquello en la acera. Tuvo que pensar: “Sí que se toma las cosas a pecho.”  Y me guardó las bolsas hasta que bajó mi madre que me llamó de todo porque según ella, no era yo, sino ella, la que había hecho el ridículo.

La tercera vez perdí el carrito…pero no el de la compra, si no el de la niña. Ese día como tantas otras veces até a  Valentina en la silla del coche y arranqué. Parada en el primer semáforo, miré por el retrovisor y vi a un desconocido corriendo despendolado por medio de la carretera arrastrando mi carrito y agitando el brazo que le quedaba libre para que frenara. Esta vez también fui afortunada y no porque lo recuperara si no porque justo donde yo tenía  mi coche aparcado, llegaron mis padres unos minutos más tarde. Si  mi madre llega a ver allí  el carrito de la niña, en medio de la calle,  hubiera tenido que mudarme de país.

La última vez ha sido hoy y todavía no he averiguado donde perdí la comida. Yo lo llevaba todo encima y ahora no sé si fue cuando mi hija Valentina me montó un pollo en medio de una calle por la que pasa mi madre 20 veces al día o en el parking donde trabajan unos amigos de mi padre. Una de tres, o se han chivado,  o se han comido mi comida,  o mi bolsa sigue allí en medio del parking muerta de asco. Mi madre todavía no me ha llamado…Estoy cruzando los dedos.