Salgo del trabajo casi matándome por el praó, atravieso la ciudad como si estuviera compitiendo en el Scalextric  y llego justo a tiempo para ver la obra de teatro  “Caperucita”  en versión moderna. En realidad,  si Caperucita hubiera sido como mi hija Adriana, el lobo habría caído rendido a sus pies. Vuelvo volando al trabajo, ni Hamilton al volante (menciono a este tonto porque es más temerario que Alonso) y como agradecimiento a tan brillante comportamiento como madre… ¿Con qué maravillas me deleita el oído mi hija Adriana?

“Tía Sara, mamá tiene 3 hijas. Yo, Valentina y el ordenador pero todavía no sabemos a cual de los 3 nos quiere más.”

“Algún día hablaré con Valentina y las dos te ignoraremos todo el tiempo  a ver si así espabilas y nos haces caso  a la primera. Tú sigue hablando por el móvil, tú sigue…que ya verás.”

“¿Este año vas a llegar a tiempo a la función  o seré la única niña que se vista sola como siempre? Por lo menos mételo todo en la mochila para que no haga el ridículo.”

24 horas más tarde…

“Mira que te lo dije pero se te olvidó  meterme calcetines para después de la función y cuando me quité los leotardos,¿¿¿¿Qué????.”

“Valentina, ¿Te araño mamá al vestirte? Te acostumbrarás…en realidad lo hace sin querer…pero es muy torpe. Hay que entenderla”

“Mamá, yo te quiero pero papá me lo da todo, me compra todo, no me riñe nunca, me hace caso siempre, juega conmigo cuando quiero. Papá es lo que más me gusta del mundo mundial…bueno…además  de la nieve…y además  ya me compró unos guantes para poder cogerla…es genial…tú también…anda, no te sientas mal.”

Menos mal que a pesar de mi torpeza, de lo desastre que puedo ser a veces,  de mi “no madre en la vida”, todos los días antes de dormirse mis hijas siempre me dicen: “mamina, te quiero mucho”. De no ser así, hasta me habrían creado  algún complejo. Eso sí, olé por todas las que se acuerdan de todo, ejercen las 24 horas al día, y todo lo hacen bien. ¡Qué envidia a veces!