Hoy por la tarde llevé  a mis hijas al parque. No sé para qué, si tenemos  en cuenta  que está nevando en mayo y soy alérgica. Sin embargo a  veces me da por ejercer de Gloria Fuertes, “la amiga de los niños” y claro, para las pocas veces que me da, pues  los versos no riman. Eso sí, yo, de manual, con moto,  patinete, y todos los enseres necesarios para disfrutar de la arena. 40 minutos después ya  no veo casi nada  de lo que me lloran los ojos. Igual es la ceguera la que me impide prever la leche que se va a pegar Adriana. Sangra por las dos rodillas y el hombro. Con la potencia de sus gritos podría romper  toda una vajilla de tenerla a mano.


Resultado: Yo cargando con el patinete y con la niña. Valentina se pone celosa y quiere que a ella también le lleve la moto. La amenazo con dejarla allí para que la cojan otros niños y entonces vuelve por ella porque: “¡La moto é mía!” A sus dos años es más lista que su hermana y yo juntas y en dos segundos ya ha ideado un plan para que la subnormal de su madre cargue con la moto.

Saliendo del parque se lanza en plancha. Otra lesionada.  Lágrimas a mares. Eso sí, ni un rasguño. No sabe ná…Nuevo resultado: Yo cargando con patinete, moto, enseres, Valentina de la mano y Adriana a 2 metros de distancia caminando como un alma en pena arrastrando los pies mientras  sostiene un torniquete en la rodilla hecho con un kleenex. ¡Qué panorama! La pobre sin parar de llorar y su hermana metiendo el dedo en la llaga: “Mi mamá é mía, eh!!!!! Guapinina!!!!”