Dicen que hay siempre una primera vez para todo en la vida  y esa primera es  la única que realmente  cuesta. Las siguientes vienen  todas rodadas. La primera mentira te mina la conciencia  de tal manera que  no te deja dormir (algunas personas sí pueden,   pero estaríamos hablando de mentirosos patológicos…no cuentan). La primera vez que engañas a alguien y después no sabes cómo mirarle a la cara sin que se te note (a algunas personas tampoco les pasa pero,  estos ya son profesionales…no cuentan), la primera vez que le das una hostia a alguien (a algunos tampoco les pasa pero ya serían maltratadores...no cuentan).
                                                                                             En las relaciones pasa algo parecido. A mi primer novio le dejé porque me dio un beso en nuestra primera cita, sin lengua ni nada pero a mí ya me parecía que se había propasado. No sé lo perdoné y eso que me regaló un reloj amarillo con el dibujo de un pajarito en el medio de los que vendían  en Más barato que en Canarias. El segundo novio que tuve  sólo se atrevió a darme el primer beso después de recorrer la misma calle arriba y abajo durante dos  horas. Todavía no sé cómo algún vecino no nos denunció como  sospechosos. Tenía 5 años más que yo pero al pobre  le faltaba decisión. Nunca pasamos de besos a tornillo sin transferencia de saliva por medio…que ahora es algo que me parece digno del Guiness.  Y llegó el tercero. Este fue más listo y  con él  bebí mi primera cerveza. Un macarra de mucho cuidado que me tenía fascinada con aquellas medias negras de lycra que llevaba y  me convertían a mí  en la más guays del colegio. Con éste ya supe lo que era un beso con lengua pero hasta ahí llegamos. Y vino el siguiente. Y recuerdo que con el primer beso me hizo cosquillas hasta la campanilla del impulso que cogió. “¡Por Dios, me vas a poner perdida con tantas babas!” Ya adolescente  era tan sutil como ahora. Superado ese primer trago (qué gráfico y qué real  queda eso del trago) llegamos más lejos. Casi un año más tarde pero llegamos. Eso sí, el corazón a 200 por hora. Seguro que todos os acordáis de la emoción que sentisteis la primera vez que os metieron o metisteis mano. ¡Qué frase más soez! Me acuerdo siempre de dos expresiones de cuando era pequeña: “¿Te pidió salir? o ¿Te pidió de salir? que decían algunas más cultivadas y “¿Te metió mano?” que también era  igual de bonita. Y si tardó un año en hacer eso tan emocionante, pues tardó otro en llegar más lejos. Si lo pienso ahora… ¡Cuánto sufrió la salud de aquel muchacho en esos dos años! A calentón diario. Eso tiene que repercutir sobre tu cuerpo a largo plazo más que la dieta Dukan. Y cuando por fin avanzó,  yo reculé y vuelta a empezar el proceso pero con otro un pelín más atrevido. A este sólo le costó un año llegar a la meta. Y así sucesivamente hasta el último,  al que  conocí una noche, pasamos directamente a la última fase  y se quedó a vivir en casa. De eso hace más de 6 años. Y es que el tiempo apremia. Ya no está una para andar tomando cafés.