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“Hola gringuita, ¿sabes que eres requetebonita?”. Aunque sólo fue un susurró en el oído, sentí que me anestesiaba la oreja con el aliento a alcohol. Miré a todos lados desesperadamente pero no vi ninguna mujer en 300 metros a la redonda. En un desacertado intento por pasar desapercibida, había elegido un atuendo perfecto para trabajar en el circo Ringlin.
Desgraciadamente, el efecto estaba siendo justo el contrario. Es lo que tiene vestirse como si fuera carnaval. Todas las mujeres con ropa ajustada y femenina y yo de hippie por la vida. ¿A quien iban a mirar? Pues a la rara. Aquel hombre empeñado en seguirme al fin del mundo y yo sin saber dónde estaba. ¡Qué barbaridad! De repente vi algo que me resultó familiar. Eché a correr despendolada mientras el hombre gritaba un montón de groserías que me pusieron los pelos como escarpias. Por aquel entonces todavía era un poco inocente…pero poco…
Milagrosamente llegué al kinder sobre el horario previsto. Estaba a salvo. Ya me preocuparía más tarde por la vuelta. 4 horas más tarde salí de allí aliviada, con el dolor de cabeza más espantoso que he tenido en toda mi vida. Resumen: Niños llorando, niños pegándose, yo idiota que dejé entrar a otros no tan niños que me robaron el poco material escolar que tenían. Gracias a Dios, algunas mujeres al oír aquel guirigay decidieron caritativamente echarme una mano y a torta limpia sacaron a todos los mangantes que se habían aprovechado de mi estupidez.
A pesar de todo, no claudiqué. Todavía hoy lo recuerdo como uno de los sitios en los que he sido más feliz en toda mi vida. Uno nunca puede fiarse de las primeras impresiones.