¿Cuántas tonterías no habremos hecho por amor? Yo, experta number one en hacer el ridículo, no iba a ser menos. 
Con 18 años tuve un novio que era como el Guadiana. Ahora sí, ahora no. Así pasamos 9 años. Mis amigas estaban convencidas que el hombre  tenía acciones en Repsol. En las épocas del no, daba igual la hora a la que  saliera de casa que  siempre pasaba en coche por  allí. A mis encontronazos con él hay que sumar  la cantidad de veces que se lo cruzaba mi madre, mis amigas o alguno de mis hermanos a los que por cierto caía como el culo (que mira que ya es difícil caer mal a todo el mundo). En los 8-9 años que duró nuestra tormentosa relación tuvimos varias  fases de descanso. Como en las películas, al separarnos nos decíamos: “Si dentro de un año seguimos sin pareja quedamos en tal o cual monte (no entiendo yo mi fijación por la naturaleza si tenemos en cuenta que  la alergia no me deja ni respirar).  Lo peor es que al cabo del año, los dos,  con o sin  pareja, allí estábamos. No sé si  por el morbo o por satisfacer nuestra curiosidad,  pero teníamos que ir a comprobar si el otro aparecía. Y allí estaba el tonto de mí ex, subido a una montaña oteando el horizonte  con unos  prismáticos. Y todo porque estaba convencido que para joderle, yo era capaz de aparecer con otro  y restregárselo por las narices.
También tiraba piedritas contra mi ventana (mis padres vivían en un segundo) hasta que yo me asomaba al balcón con mi pijama de ovejitas. Con esa edad a un hombre todo le parece sexy, hasta los pijamas de felpa. En 9 años nos dio tiempo a estrellarnos contra una zanja  en un 600 a 90 kilómetros por hora (no daba más de sí), destrozar un AX (éste fue fácil porque menuda caca de chapa), un Fiat 1, rayar un Jaguar de atrás adelante…y todo porque le ponía muy nervioso. Si me encontraba por casualidad  en una de esas fases  en las que daba más vueltas a León que la noria,  era subir al coche y ya no veía ni cedas, ni stop ni semáforos en rojo. Sus padres tenían tantos pisos como coches.  Yo no sé cómo lo hacía pero  su madre siempre le cazaba cuando cogía las llaves de alguno y al final  la que salía por patas con la ropa en la  mano siempre era yo. Igual por eso me odiaban, por eso y por las facturas del taller…supongo. ¡Cuánto habrán ahorrado desde entonces!...sobre todo en gasolina.