Domingo 3 de octubre, pueblo a 90 kilómetros de León,  2º diluvio universal con distinto escenario. En esta ocasión cambiamos el arca por una cocina-comedor de 10 metros cuadrados y  los únicos animales…mis hijas y mis sobrinos…claro que los padres no nos quedamos atrás.  6 niños. 7 adultos. Imposible salir del arca. Los niños realizando tareas propias de los niños: Saltar, jugar, pegarse, reírse. Los adultos realizando tareas propias de los adultos: Alterarse, reñir, castigar, amenazar, desquiciarse (y yo, que a parte del alterarme, también bebí vino tinto…para paliar el stress).
Decía Garcilaso de la Vega  aquello de: “Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido…” Eso es porque el hombre no pasó un fin de semana en esas condiciones.  Deberían hacer un reality con este tipo de experiencias. Alguno de los participantes  haría más caja que Arturo e Indira en el Sálvame Deluxe. Mi madre, sin ir más lejos…todo un personaje. Tiene la genial idea de juntarnos a casi todos, nos lleva al lugar más recóndito del mundo haciendo caso omiso de Mario Picazo y  en lugar de  tumbarse, comer y beber, se pasa el día recogiendo y limpiando como si le fuera la vida en ello. “¡¡¡¡¡¡¡¡Tengo que dejar la casa como la encontré!!!!!!!!!” Había más stress en 10 metros cuadrados que en la bolsa de Nueva York. “La culpa la tiene tu padre que me pone nerviosa” (Mi pobre padre callado sentado en un banco de la cocina). “Niños, ¿Es que queréis volverme loca?” (Los niños simplemente levantado humo con el fuelle de la chimenea).
Media hora  más tarde, el agua corría por encima de mis zapatillas de deporte mientras guardaba las mochilas en el coche. Aún así,  salí del arca  como alma que lleva el diablo. Si tengo que esperar a que escampe, me cuelgo de las vigas del techo…Eso sí, tengo que decir que mis sobrinos y mis hijas…geniales, divertidos, ingeniosos, alguna histérica, locas de atar, divinas, cariñosos, guerreros. Nos dan mil vueltas a los adultos en todo.