Pequeñas manías y fobias que nos caracterizan.

No soporto a la  gente que hace ruidos. Los que silban, los que tararean, los que tamborilean los dedos en la mesa, los que sentados hacen claqué moviendo todas las mesas de la fila, los que tienen resfriado y hacen ese ruido tan asqueroso para que los mocos les lleguen al cerebro.
Me molestan los peatones, todo en general. Los que saltan cuando llegas, los que se quedan parados como tontos y no cruzan hasta que apagas el coche, bajas y les juras que no les vas a atropellar, los que te miran desafiantes sobreestimando su chasis…
Me cagüen   todos los que en las rotondas no ponen el intermitente y hacen que te quedes ahí esperando como boba: “¿Salgo o no salgo?”
Tengo fobia a que me toquen los pies. Nadie puede tocármelos salvo riesgo de hacer un agujero en el techo. La primera noche con mi novio (pocas horas después de conocernos) tuvo la genial idea de agarrarme un pie. (No entiendo qué interés puede tener un hombre en tocarte los pies la primera noche…). El hombre ya tenía sus dudas  y para rematar le di tal patada en la mandíbula que de pura vergüenza no acabó en urgencias. Eso sí, el tío tuvo el valor de preguntar: “¿Alguna otra parte de tu cuerpo que no pueda tocar? Y siguió a lo suyo.
Me molesta la gente que grita como si yo estuviera sorda, los que me pitan en el coche. A veces pienso: “Ojalá tuviera una pistola, aunque fuera de mentira, en la guantera. Más de uno se haría pis en los pantalones. Molaría tanto bajar del coche, tocar la ventanilla del otro y preguntarle con la pistola en la mano: “¿Me pitabas por algo?”
No soporto que mi novio cierre las botellas como si alguien fuera robarnos el contenido del frigorífico. La puerta de casa y del coche no los cerrará, no, pero el biberón de la niña como si fuera oro en polvo. ¿Qué pensarán los vecinos cada vez que  a las 5 de la mañana me escuchan cagarme en el rambo de los cojones?
No soporto a la Maruja de mi exmarido cuando llega a casa y escandaliza con el desastre que me rodea, más  que mi madre cuando yo tenía 18 años.
No soporto a  mi madre la víspera de un año bisiesto. No hemos empezado a comer las uvas y ya sentencia: “A ver cuantas desgracias ocurren este año”. Allá por noviembre le dices: “Exagerada, ¿ves que no ha pasado nada en todo el año? A lo que ella responde: “Calla, calla, que en el mes que queda, a ver cuantos caen…y ya puedes empezar a cruzar los dedos…”
No me gusta la gente a la que pedirle un favor es como pedirle que te done los dos riñones.
No me gusta…
No me gusta…
No me gusta…

A ver si mi novio va a tener razón cuando dice: “No, hija, si tú tenías que vivir sola…”