Todavía tengo las espinas de mi rosal como escarpias. No os podéis imaginar lo que han visto estas rosas durante el fin de semana. El amor ha invadido Las Redes del Valle. Cupido ha estado  alojado en Casa Rural la Rosaleda  y yo, fan número uno de las telenovelas, he podido disfrutar de una  que ni Delia Fiallo habría soñado con escribir.

El viernes por la noche ocurrió lo siguiente:

“Buenas noches, Doña Mercedes. He recibido una nota de mi marido esta tarde invitándome a venir.” (La mujer de don Julián está apoyada en la recepción de la casa. Lleva un vestido de cocktail  de color  rosa palo y el pelo en un recogido como las actrices de las películas antiguas.)
“Oh, sí, sí, pase, pase. Don Julián es todo un caballero, un auténtico jentelman, como Jon Vaine. No me recuerda para nada a mi Genaro, que en paz descanse. Era un inútil, un gañán. No había por donde cogerlo. En cambio, don Julián ha dejado el patio precioso.
“Mamá, ¿No puedes estar calladita?” Grita Basilio desde la cocina. “Y deja de meterte con mi padre. Ni muerto lo dejas tranquilo.”
“Voy  a hacer como que no te he oído Basilio. Y a usted,  ya  no le digo nada más que voy a estropear la sorpresa. Pero, es que estoy tan emocionada.”

Llegan al patio de la casa. La piscina está llena de pequeñas velas  encendidas. De los árboles cuelgan farolillos de colores  y luces típicas de los árboles de Navidad. Todo parece estar lleno de diminutas estrellas. En una esquina del jardín, justo delante de la rosaleda, han colocado  una mesa con la mejor cubertería y cristalería de la casa.  Empieza a sonar un bolero de los Panchos y Don Julián aparece en el jardín, vestido como Humphrey Bogart en Casablanca.

“No me lo puedo creer. ¿Dónde lo has conseguido?” Pregunta doña Violeta señalando el traje de Don Julián. “Es el mismo traje con el que él me  pediste  que me casara contigo hace 40 años.”
“Mejor no me  preguntes. Habría hecho  cualquier cosa porque volvieras a enamorarte de mí pero no quieras saber cuánto me va a costar conseguirlo. Tú estás espectacular, preciosa como siempre.”

“Yo te quiero Julián,  pero no puedo dejar que los días pasen así sin más. No después de haber vivido todos estos años juntos como los hemos vivido. ¿Qué fue del Carpe Diem?”
“Siéntate. Vamos a cenar. Me he permitido elegir yo el menú  y el vino. Espero haber acertado. Claro que Basilio ha tenido mucho que ver”. (Don Julián retira la silla para que ella se siente.  Sigue sonando la música.)

“Basilio, sal ahí fuera y cuéntame de qué hablan. Mira a ver si ya le ha perdonado.” (Doña Mercedes empuja  a Basilio para que salga al patio con la comida)
“Déjame mamá. Se me va a quemar la  vichyssoise por tu culpa.”  (Basilio corriendo de un lado a otro de la cocina con una sartén en la mano)
“¿Bichos para cenar?  No entiendo por qué  no les has  hecho unos langostinos al ajillo y el cordero de toda la vida….”
“Mamá. ¿Puedes dejarme tranquilo, por favor? Te prometo que luego te cuento todos los detalles. Dile a Sofía que venga ya y vaya sirviéndoles los aperitivos.”
“Puedo ir yo. No hace falta que la molestemos a estas horas.” (Doña Mercedes ya ha cogido la bandeja de los aperitivos sin que a Basilio le de tiempo a detenerla)


Hay momentos en los que entiendo por qué quería tanto a Enrique y el viernes  por la noche fue uno de ellos. Colocó la mesa en el sitio perfecto para que no me perdiera   ningún detalle. Don Julián y doña Violeta se dijeron cosas tan bonitas…La noche transcurrió lentamente como en las mejores películas en blanco y negro. Recordaron algunos  de los momentos más románticos de su vida, hicieron manitas y en algún momento de la cena vi como los pies de Doña Violeta jugueteaban con  la entrepierna de Don Julián.
Llegando al postre,  Don Julián sacó una cajita azul turquesa del bolsillo con un lazo azul celeste  y se la colocó a su mujer encima del plato.
“¡Es de Tiffany! El anillo de mis sueños.”
“Sí, es el anillo que no pude comprarte hace 40 años y que debería haberte regalado hace mucho tiempo. Espero que quieras volver a casarte conmigo.”
“Sí, sí, sí….”

Lo mejor estaba por llegar.  Para ellos y para mí. Ya estaban a punto de retirarse a la habitación cuando  empezó a sonar algo que me resultó  muy familiar. “El amor es una gota de agua en un cristal, es un paseo largo sin hablar, es una fruta para dos…” y en el jardín apareció José Luis Perales. Habría dado cualquier cosa por salir corriendo, por abrazarle, por saltar, por aplaudir… a Doña Violeta se le cayeron las bragas al suelo en ese mismo momento (perdonadme la expresión pero no podría describirlo de una manera mejor).  Y yo allí, las rosas se me salían de los tallos, las lágrimas cubrían todos los pétalos. Repito lo que os dije anteriormente.  Enrique es lo mejor que me pasó en la vida y después… también. Si llega a traerme a Franco de Vita, resucito allí mismo. Don Julián y doña Violeta bailaron bajo la luz de la luna, como si se hubieran conocido allí mismo, con la misma emoción del primer día y sentí envidia, endivia de verdad.

(En la recepción de Casa Rural la Rosaleda.)

“Buenos días. ¿Tenía usted una reserva hecha?” (Pregunta Doña Mercedes a un hombre de unos 40 años. Es pelirrojo, con perilla y el pelo recogido en una coleta.)
“No, me llamo Marco Rossi. He llegado a este pueblo en busca de una mujer, la mujer de mis sueños. Ella lo es todo para mí.”
“Ay, no me diga. Y, ¿Cómo se llama?” Pregunta doña Mercedes que todavía no se recuperado de todo el romanticismo entre  Don Julián y doña Violeta.”
“Pilar. Se llama Pilar.  Pasamos juntos una semana en Génova. Fue la semana más maravillosa de mi vida. Después desapareció y desde entonces estoy buscándola. Mi mono Amelio me ha ayudado hasta ahora pero lo he perdido. Hace unos días desapareció y creo que fue en este pueblo. ¿No lo han visto ustedes?”
“¿Un mono? Pues la verdad es que en este pueblo vemos de todo pero… ¿monos? Usted  se llama Marco, su novio Amelio…esa historia me suena de algo.”
“A Pilar la conocí en Roma. Estaba bañándose en la Fontana di Trevi  como si fuera Anita Ekberg en La Dolce Vita de Federico Fellini. Desde el momento en el que la vi bañándose en la fuente supe que quería pasar toda la vida con ella. Era espectacular.”
“Pilar, Pilar, no sabría decirle. ¿Tiene usted una foto de ella para que pueda ayudarle?”
Marco Rossi sacó una foto de su cartera. La desdobló y se la mostró a Doña Mercedes que según la vio se quedó boquiabierta.
“¿La conoce usted?” Preguntó Marco Rossi.
Doña Mercedes asintió con la cabeza sin poder articular palabra.
“Sí, sí la conozco. Vive en el pueblo.”
“Y ¿cómo puedo llegar hasta ella? Necesito verla, preguntarle por qué se fue, por qué desapareció sin decir nada. Estoy desesperado, signorina.”
“No se preocupe.  Yo puedo hacer que venga”. Doña Mercedes emocionada con el posible encuentro, coge el teléfono y hace una llamada.
“¡Pilu! ¡Te necesito!”
“¿Pilu? ¿Chi é Pilu?” Pregunta Marco sorprendido.
“La Pilu es su Pilar, nuestro Rupert particular  del pueblo.” Responde Doña Mercedes tapando el auricular del teléfono.
“Dígame, Doña Mercedes, ¿Qué necesita?” Pregunta la Pilu al otro lado del teléfono.
“Es urgente que vengas esta tarde. Mi hijo Basilio quiere ponerse mechas para parecer más joven pero le da vergüenza ir a tu  salón de belleza.”
“Doña Mercedes, tenemos mucho jaleo toda la tarde. No tengo ningún hueco libre.”
“Y ¿Cuándo cierres el salón? ¿No podrías hacerme ese favor? Es muy importante.”
”Es que cuando salga de trabajar he quedado con Macario.”
“¡Con Macario! ¿Por fin le dijiste que sí?”  Pregunta  Doña Mercedes un poco contrariada.”¿Justo ahora?”
“¿Cómo que justo ahora? ¿Le ocurre algo Doña Mercedes? Está usted muy rara. Si le digo que no a Macario ahora,  con todo lo que ha luchado el hombre por conseguir una cita,  le puede dar algo.”
“Y  si fuera Macario  el que te dijera que no puede quedar. ¿Vendrías?”
“Sí, si él no pudiera  quedar,  yo iría a ponerle  mechas a su hijo. No entiendo muy bien qué le pasa ni ese empeño en quitarle las  canas a su hijo pero sí, iría.”
“De acuerdo, entonces a las 8 te espero aquí cuando salgas.” Mercedes cuelga el teléfono como una niña con zapatos nuevos.
Doña Mercedes sale corriendo de la recepción dejando allí a Marco que todavía no tiene muy claro si aquella mujer le va a llevar con su Pilar o le va a dejar allí plantado. 
Doña Mercedes  se coloca al lado de  Almudena que está  dando de comer a las cabras.
“Almu, Almu, tienes que hacerme un favor.” (Le pide Doña Mercedes dando pequeños saltitos y con las manos juntas como si tuviera 3 años).  
“¿Qué le ocurre? ¿Se ha pasado usted con el orujo de hierbas?”
“Necesito que llames ahora mismo a tu novia y le pidas que le ponga a Macario doble turno limpiando el pueblo.”
“¿Qué pasa? ¿Ya estuvo usted comiendo pipas con las amigas en la plaza del ayuntamiento?” Pregunta con sarcasmo Almudena mientras carga un saco de pienso.
“Si lo haces,  te prometo que luego te cuento todos los detalles. Vas a morirte cuando te lo diga.”
“No sé por qué me da a mí que no,  pero bueno espere que ahora llamo. Estoy segura que si no lo hago la tendré aquí pegada todo el día pegando saltitos y terminará por asustarme a las cabras”
Durante unos minutos Almudena habla con Covadonga. “Mira cariño, yo no sé qué manía le ha entrado ahora con que el pobre Macario trabaje hoy por la noche pero tú sabes como es. Si no le digo que lo harás,  es capaz de presentarse ahora mismo en el ayuntamiento.” Segundos más tarde cuelga.
“De acuerdo Doña Mercedes. Hoy Macario estará limpiando el pueblo por la noche.”
“Gracias, gracias, guapa.” Sale corriendo de allí de nuevo en dirección a la recepción.
“Todo arreglado. La Pilar de tus sueños estará hoy por la tarde aquí en nuestra casa. ¿Ya sabes que vas a decirle?”
“Todavía no. Estoy muy nervioso. Han pasado ya meses desde que estuvimos juntos y desapareció misteriosamente. Necesito una habitación y una tienda donde comprar algo de ropa. No puedo ver a Pilar en este estado.”
“Yo le acompaño. No se preocupe.” Dice Doña Mercedes cogiendo su bolso.

……………