No comprendo las reacciones  de algunos mortales. Segurísimo  que la culpa es mía. Por algo dice mi novio que tengo el sentido del humor en el culo.
-“Por lo menos lo tengo en algún sitio. Escondido, pero lo tengo.” Mi humor será negro  pero, ¿Qué hay de todos esos que se descojonan viendo videos en los que otras personas se pegan unos guarrazos de espanto? ¿Cuánto éxito ha tenido el Jackass? Una panda de gilipollas haciéndose daño voluntariamente mientras sus amigos se ríen y lo graban en video. ¿Les encierran en un psiquiátrico por ello? ¡Noooo, les hacen una película! Pero, entonces un día llego yo a mi trabajo,  me da por reírme de algo  realmente gracioso y va y resulta que nadie más  le encuentra la gracia.  Conclusión: “A partir de ahora tendré  que mantener a raya  mi sentido del humor.”  Claro que tanta contención tiene consecuencias nefastas para mi salud. Ayer salí a tomarme una cerveza y una vez más mi hermano nos tuvo que  echar de su garito a la hora del cierre. Tenía tanto humor dentro  peleando por salir que cuando me acosté a las 2:30 de la madrugada me entró tal ataque de risa  que “sin querer”  desperté a mi novio. “¿Te has fumado un porro, Rosa?” ¿Qué entenderá él de la risoterapia? Después añadió: “Apestas a alcohol. Irresponsable.” Hala, otro que no comprende  mi sentido del humor. Al final tendré que terminar viendo a los Morancos, humor amarillo  y videos de 1ª para entenderme con mis congéneres.
Esa noche,  de manera excepcional,  no le  fui fiel a mis Mahous. ¡Miércoles  noche y bebiendo champán! ¿Cómo no iba a reírme después con tanta burbuja?
Aunque a mi novio le jodí el sueño, prefiero mi reacción después de haber ingerido alcohol a las de otros no tan alegres. Por un lado estamos los que nos divertimos de principio a fin en una noche de juerga. También  están los que salen empeñados en perder los dientes desde el primer sitio. Más lamentable que estos últimos están  aquellos a los que les da por  llorar sin consuelo por las canicas que les robó su amigo Manolito cuando tenían 6 años.
Quizás, estaría bien que pusieran un dispensador de alcohol en mi trabajo. Más de uno nos daríamos a la bebida la mitad de los días, pero claro, aguanta tú después la reacción del resto. A lo mejor iba a ser peor el remedio que la enfermedad. Fijo porque seguro que terminaba perdiendo los dientes.