CAPITULO 3


En el bar Los Contrarios


“Por supuesto que el padrino será Lucas.” Grita Lola mientras seca las copas de cerveza y las coloca encima de la barra

“Por supuesto que no. ¿No te das cuenta que es humillante para los dos? Pero bueno,   supongo que eso a ti te da igual.” Hugo está molesto con Lola porque siempre lo decide todo sin preguntarle

“La verdad es que tus estupideces y tus prejuicios me importan muy poco. Es su único tío y será su padrino. Te guste a ti o no.” Lola se acaba de cargar una copa de vino al secarla con tanta fuerza

“Pues si esa es tu última palabra yo no iré. Y esa sí que es mi última palabra.” Hugo se gira y se marcha del bar dando un portazo

“Eso lo veremos.” Lola sonríe pensando ya  cómo convencerle

(Almudena y Covadonga en la nave donde ordeñan las cabras)

“Todavía no entiendo por qué te importa tanto lo que dicen esos carcas del pueblo.” Almudena le reprocha a Covadonga su cobardía por no salir del armario.

 “¿Porque soy la alcaldesa, quizás?”

 “Ya lo sé pero no me parece un motivo lo bastante importante para no vivir tu vida  sin que te importe lo que digan los demás.” Almudena va colocando las cabras en la maquina de ordeño mientras Covadonga intenta mantenerse de pie sobre unos tacones de aguja de 10 centímetros.

“Tú no tienes ni idea de lo que es tener a todos hombres y mujeres  del pueblo haciendo cola en la puerta de tu despacho.” Pega un salto para evitar que una cabra le toque su traje de Hugo Boss al pasar“

¿Por qué dejas que se metan en tu vida privada? Eso es lo que no puedo entender.” Almudena mira a Covadonga de arriba abajo intentando no reírse

“Algún día descubriré quien escribe ese maldito blog en el que se cuentan todas nuestras intimidades.”

“Anda, no seas tonta. Como me pone ese olor a cabra, cariño.” Covadonga intenta acercarse a Almudena tocándole sólo con la punta de las uñas por miedo a que se le estropee la manicura que se acaba de hacer en el salón de belleza de La Pilu.

“Quita, que tengo que terminar de ordeñar. Va a venir Enrique y todavía está la mitad sin hacer.” Covadonga da un paso atrás al ver acercarse a Almudena con los guantes de fregar.

 “¡Qué sexy estás con ese mono y oliendo a abono! ¿No tenéis pajar en esta casa?”

“¡Fuera!“Anda…déjate boba, que no te va a doler.”

“¡Fuera, fuera, fuera! Además tenemos pajar pero no tiene perchas para colgar ese traje que llevas.”


(En la habitación de Isadora)

“Acabo de ver un mono colgando de ese árbol ahí fuera.” Mathias tumbado  en una hamaca con los colores de la bandera del orgullo gay  que atraviesa la habitación de Isadora de lado a lado.

“¿No crees que últimamente estás fumando demasiado, cariño?” Isadora bebe una Mahou sentada con las piernas cruzadas encima de la cama.

 “Que no hombre, que lo he visto. Mira.” Mathias intenta levantarse de la hamaca y cae al suelo dando dos vueltas del colocón que lleva.

 “Déjalo Mathias. Vete pensando en irte. Como llegue mi padre vas a ver monos pero por todas partes.” Isadora se ha levantado de la cama para ayudarle a incorporarse

“Tienes razón. El primer mono  él, que parece un orangután con esa escopeta todo el día. A ver cuando le explicas que ya eres mayor de edad para hacer lo que te parezca.”

“Explícaselo tú si tienes valor.”

“Yo soy más de haz el amor y no la guerra, amorcito.  Y tu padre es más de te disparo y después pregunto.” Mathías sale por la ventana de la habitación de Isadora deslizándose a duras penas por un almendro.

En la recepción de Casa Rural La Rosaleda

“Buenos días, Don Julián. ¿Ha pasado buena noche? Y su mujer. ¿Ha ido a nadar en la piscina como de costumbre?” Doña Mercedes tan amable como siempre con todos los clientes.

“Buenos días, Doña Mercedes. Voy a ver si la encuentro para desayunar juntos.”

 “Su mujer vino a desayunar a primera hora y dejó esta nota para usted”

(Basilio sale de la cocina al oír la voz de  Don Julián.)

Querido Julián,
Pensé que esta semana,  en esta maravilla de casa,  podría aportar a  nuestra relación  un poco  de la pasión que hemos ido perdiendo durante estos últimos meses pero me he dado cuenta que ya no es posible. Si me muriera mañana, mi último día no querría pasarlo contigo. Siento poner fin a nuestros 40 años de relación con esta nota. Te deseo que seas muy feliz y encuentres eso que nosotros ya no tenemos desde hace unos meses...

“¿Qué le ocurre Don Julián? ¿Se encuentra usted bien?”. Doña Mercedes se preocupa por Don Julián al observar que el hombre buscar rápidamente un lugar  donde apoyarse

“Sí, sí,  no se preocupe. Voy a buscar a mi esposa. Creo que me he despistado un poco en este último año  y ahora tengo que hacer algo para solucionarlo.”

“¿Necesita que le ayudemos?”

“No gracias. Tengo que hacerlo yo solo.” Don Julián sale de la casa con paso firme.

Basilio se gira rápidamente para entrar de nuevo en la cocina pero Doña Mercedes les corta el paso

“Basilio. ¿Dónde estuviste anoche? Fui a buscarte a tu habitación para llevarte un chocolate caliente y no estabas allí.” Doña Mercedes tira de la oreja a Basilio mientras le pregunta.

“¡Ay! Mamá. Fui a tomar un café con un amigo al bar de Lola. No tienes que perseguirme todo el tiempo.”

“De nuevo intenta escapar ¡No me dejes aquí con la palabra en el boca! Sabes que no lo soporto. Si me llegó a enterar que andas por ahí engañando a alguna  mujer, te obligaré a cumplir con ella. Ya va siendo hora de que me hagas abuela.”

“Mamá, por Dios, pero si ya tengo edad para ser abuelo.” Basilio se lleva las manos a la cabeza.”

“¿Qué me estás llamando? ¿Anciana? Mira, guapín,  todavía tengo edad para partirte la cara por faltarme el respecto de esa manera.”  Doña Mercedes alcanza a darle una colleja antes de entrar en la cocina.

“¡Ay!, mamá, te juro que no estoy con nadie. No sé cuántas veces te lo tengo que decir.”

“Basilio, tú no tienes paciencia para mi vejez. Pero no te atrevas a enterrarme en un jeroglífico de esos porque te desheredo.”

“Paciencia, paciencia. Paciencia es lo que me sobra. Lo que me falta es la escopeta de Sebastián.”

“Te dejaré sin un céntimo, Basilio. Y entonces podrás usar la escopeta para atracar bancos.” Doña Mercedes vuelve a  la recepción murmurando barbaridades.



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“Como predije hace unas semanas, el  primer anuncio de compromiso entre dos mujeres se ha hecho oficial. Almudena,  ayudante de Enrique de Casa Rural La Rosaleda y Covadonga nuestra alcaldesa se casarán el 31 de octubre en el ayuntamiento, noche de Halloween…Me imagino que lo han pensado muy bien…teniendo en cuenta todas las brujas que hay en el pueblo y que esperarán  ese día para sacar su escoba a pasear. Mathías, nuestro particular e incomprendido  artista,  acaba de vender una escultura al British Museum. Se trata de una mujer,  conocida por todos, sentada sobre el tronco de un almendro. ¿Qué habrá encontrado en Las Redes Del Valle un artista  tan afamado para querer asentarse aquí?
En estos días ha pasado por la casa una pareja para celebrar sus 40 años de casados pero ha sucedido algo inexplicable. La mujer le ha abandonado sin más explicaciones  y ahora el hombre está decidido a recuperarla cueste lo que cueste. El próximo día os contaré si lo consigue o no, cómo van los planes de boda entre nuestras dos mujeres, y algo que me ha dejado sin palabras…”

Todavía tengo las espinas de mi rosal como escarpias. No os podéis imaginar lo que han visto estas rosas durante el fin de semana. El amor ha invadido Las Redes del Valle. Cupido ha estado  alojado en Casa Rural la Rosaleda  y yo, fan número uno de las telenovelas, he podido disfrutar de una  que ni Delia Fiallo habría soñado con escribir.

El viernes por la noche ocurrió lo siguiente…

“Buenas noches, Doña Mercedes. He recibido una nota de mi marido esta tarde invitándome a venir.” La mujer de don Julián está apoyada en la recepción de la casa. Lleva un vestido de cocktail  de color  rosa palo y el pelo en un recogido como las actrices de las películas antiguas.

 “Oh, sí, sí, pase, pase. Don Julián es todo un caballero, un auténtico jentelman, como Jon Vaine. No me recuerda para nada a mi Genaro, que en paz descanse. Era un inútil, un gañán. No había por donde cogerlo. En cambio, don Julián ha dejado el patio precioso.”

 “Mamá, ¿No puedes estar calladita?” Grita Basilio desde la cocina. “Y deja de meterte con mi padre. Ni muerto lo dejas tranquilo.”


 “Voy  a hacer como que no te he oído Basilio. Y a usted,  ya  no le digo nada más que voy a estropear la sorpresa. Pero, es que estoy tan emocionada.”

Llegan al patio de la casa. La piscina está llena de pequeñas velas  encendidas. De los árboles cuelgan farolillos de colores  y luces típicas de los árboles de Navidad. Todo parece estar lleno de diminutas estrellas. En una esquina del jardín, justo delante de la rosaleda, han colocado  una mesa con la mejor cubertería y cristalería de la casa.  Empieza a sonar un bolero de los Panchos y Don Julián aparece en el jardín, vestido como Humphrey Bogart en Casablanca.

“No me lo puedo creer. ¿Dónde lo has conseguido?” Pregunta doña Violeta señalando el traje de Don Julián. “Es el mismo traje con el que él me  pediste  que me casara contigo hace 40 años.”

“Mejor no me  preguntes. Habría hecho  cualquier cosa porque volvieras a enamorarte de mí pero no quieras saber cuánto me va a costar conseguirlo. Tú estás espectacular, preciosa como siempre.”

“Yo te quiero Julián,  pero no puedo dejar que los días pasen así sin más. No después de haber vivido todos estos años juntos como los hemos vivido. ¿Qué fue del Carpe Diem?”

“Siéntate. Vamos a cenar. Me he permitido elegir yo el menú  y el vino. Espero haber acertado. Claro que Basilio ha tenido mucho que ver”. Don Julián retira la silla para que ella se siente.  Sigue sonando la música.

“Basilio, sal ahí fuera y cuéntame de qué hablan. Mira a ver si ya le ha perdonado.” Doña Mercedes empuja  a Basilio para que salga al patio con la comida.

 “Déjame mamá. Se me va a quemar la  vichyssoise por tu culpa.”  Basilio corriendo de un lado a otro de la cocina con una sartén en la mano.

“¿Bichos para cenar?  No entiendo por qué  no les has  hecho unos langostinos al ajillo y el cordero de toda la vida….”

“Mamá. ¿Puedes dejarme tranquilo, por favor? Te prometo que luego te cuento todos los detalles. Dile a Sofía que venga ya y vaya sirviéndoles los aperitivos.”

“Puedo ir yo. No hace falta que la molestemos a estas horas.” Doña Mercedes ya ha cogido la bandeja de los aperitivos sin que a Basilio le de tiempo a detenerla.

Hay momentos en los que entiendo por qué quería tanto a Enrique y el viernes  por la noche fue uno de ellos. Colocó la mesa en el sitio perfecto para que no me perdiera   ningún detalle. Don Julián y doña Violeta se dijeron cosas tan bonitas…La noche transcurrió lentamente como en las mejores películas en blanco y negro. Recordaron algunos  de los momentos más románticos de su vida, hicieron manitas y en algún momento de la cena vi como los pies de Doña Violeta jugueteaban con  la entrepierna de Don Julián. Llegando al postre,  Don Julián sacó una cajita azul turquesa del bolsillo con un lazo azul celeste  y se la colocó a su mujer encima del plato.

“¡Es de Tiffany! El anillo de mis sueños.”

“Sí, es el anillo que no pude comprarte hace 40 años y que debería haberte regalado hace mucho tiempo. Espero que quieras volver a casarte conmigo.”

“Sí, sí, sí….”


Lo mejor estaba por llegar.  Para ellos y para mí. Ya estaban a punto de retirarse a la habitación cuando  empezó a sonar algo que me resultó  muy familiar.

“El amor es una gota de agua en un cristal, es un paseo largo sin hablar, es una fruta para dos…” y en el jardín apareció José Luis Perales. Habría dado cualquier cosa por salir corriendo, por abrazarle, por saltar, por aplaudir… a Doña Violeta se le cayeron las bragas al suelo en ese mismo momento (perdonadme la expresión pero no podría describirlo de una manera mejor). Y yo allí, las rosas se me salían de los tallos, las lágrimas cubrían todos los pétalos. Repito lo que os dije anteriormente.  Enrique es lo mejor que me pasó en la vida y después… también. Si llega a traerme a Franco de Vita, resucito allí mismo. Don Julián y doña Violeta bailaron bajo la luz de la luna, como si se hubieran conocido allí mismo, con la misma emoción del primer día y sentí envidia, endivia de verdad.


En la recepción de Casa Rural la Rosaleda.


“Buenos días. ¿Tenía usted una reserva hecha?” Pregunta Doña Mercedes a un hombre de unos 40 años. Es pelirrojo, con perilla y el pelo recogido en una coleta.

 “No, me llamo Marco Rossi. He llegado a este pueblo en busca de una mujer, la mujer de mis sueños. Ella lo es todo para mí.”

“Ay, no me diga. Y, ¿Cómo se llama?” Pregunta doña Mercedes que todavía no se recuperado de todo el romanticismo entre  Don Julián y doña Violeta.”

“Pilar. Se llama Pilar.  Pasamos juntos una semana en Génova. Fue la semana más maravillosa de mi vida. Después desapareció y desde entonces estoy buscándola. Mi mono Amelio me ha ayudado hasta ahora pero lo he perdido. Hace unos días desapareció y creo que fue en este pueblo. ¿No lo han visto ustedes?”

“¿Un mono? Pues la verdad es que en este pueblo vemos de todo pero… ¿monos? Usted  se llama Marco, su novio Amelio…esa historia me suena de algo.”

“A Pilar la conocí en Roma. Estaba bañándose en la Fontana di Trevi  como si fuera Anita Ekberg en La Dolce Vita de Federico Fellini. Desde el momento en el que la vi bañándose en la fuente supe que quería pasar toda la vida con ella. Era espectacular.”

“Pilar, Pilar, no sabría decirle. ¿Tiene usted una foto de ella para que pueda ayudarle?”

Marco Rossi sacó una foto de su cartera. La desdobló y se la mostró a Doña Mercedes que según la vio se quedó boquiabierta.

“¿La conoce usted?” Preguntó Marco Rossi.

Doña Mercedes asintió con la cabeza sin poder articular palabra. “Sí, sí la conozco. Vive en el pueblo.”

“Y ¿cómo puedo llegar hasta ella? Necesito verla, preguntarle por qué se fue, por qué desapareció sin decir nada. Estoy desesperado, signorina.”

“No se preocupe.  Yo puedo hacer que venga”. Doña Mercedes emocionada con el posible encuentro, coge el teléfono y hace una llamada.

“¡Pilu! ¡Te necesito!”

“¿Pilu? ¿Chi é Pilu?” Pregunta Marco sorprendido.

“La Pilu es su Pilar, nuestro Rupert  particular  del pueblo.” Responde Doña Mercedes tapando el auricular del teléfono.

“Dígame, Doña Mercedes, ¿Qué necesita?” Pregunta la Pilu al otro lado del teléfono.

 “Es urgente que vengas esta tarde. Mi hijo Basilio quiere ponerse mechas para parecer más joven pero le da vergüenza ir a tu  salón de belleza.”

“Doña Mercedes, tenemos mucho jaleo toda la tarde. No tengo ningún hueco libre.”

“Y ¿Cuándo cierres el salón? ¿No podrías hacerme ese favor? Es muy importante.”


”Es que cuando salga de trabajar he quedado con Macario.”

“¡Con Macario! ¿Por fin le dijiste que sí?”  Pregunta  Doña Mercedes un poco contrariada. “¿Justo ahora?”

“¿Cómo que justo ahora? ¿Le ocurre algo Doña Mercedes? Está usted muy rara. Si le digo que no a Macario ahora,  con todo lo que ha luchado el hombre por conseguir una cita,  le puede dar algo.”

 “Y  si fuera Macario  el que te dijera que no puede quedar. ¿Vendrías?”

“Sí, si él no pudiera  quedar,  yo iría a ponerle  mechas a su hijo. No entiendo muy bien qué le pasa ni ese empeño en quitarle las  canas a su hijo pero sí, iría.”

 “De acuerdo, entonces a las 8 te espero aquí cuando salgas.” Mercedes cuelga el teléfono como una niña con zapatos nuevos. Doña Mercedes sale corriendo de la recepción dejando allí a Marco que todavía no tiene muy claro si aquella mujer le va a llevar con su Pilar o le va a dejar allí plantado.  Doña Mercedes  se coloca al lado de  Almudena que está  dando de comer a las cabras.

“Almu, Almu, tienes que hacerme un favor.” Le pide Doña Mercedes dando pequeños saltitos y con las manos juntas como si tuviera 3 años.

 “¿Qué le ocurre? ¿Se ha pasado usted con el orujo de hierbas?”

“Necesito que llames ahora mismo a tu novia y le pidas que le ponga a Macario doble turno limpiando el pueblo.”

“¿Qué pasa? ¿Ya estuvo usted comiendo pipas con las amigas en la plaza del ayuntamiento?” Pregunta con sarcasmo Almudena mientras carga un saco de pienso.

“Si lo haces,  te prometo que luego te cuento todos los detalles. Vas a morirte cuando te lo diga.”

“No sé por qué me da a mí que no,  pero bueno espere que ahora llamo. Estoy segura que si no lo hago la tendré aquí pegada todo el día pegando saltitos y terminará por asustarme a las cabras”


Durante unos minutos Almudena habla con Covadonga. “Mira cariño, yo no sé qué manía le ha entrado ahora con que el pobre Macario trabaje hoy por la noche pero tú sabes como es. Si no le digo que lo harás,  es capaz de presentarse ahora mismo en el ayuntamiento.” Segundos más tarde cuelga. “De acuerdo Doña Mercedes. Hoy Macario estará limpiando el pueblo por la noche.”

 “Gracias, gracias, guapa.” Sale corriendo de allí de nuevo en dirección a la recepción. “Todo arreglado. La Pilar de tus sueños estará hoy por la tarde aquí en nuestra casa. ¿Ya sabes que vas a decirle?”

 “Todavía no. Estoy muy nervioso. Han pasado ya meses desde que estuvimos juntos y desapareció misteriosamente. Necesito una habitación y una tienda donde comprar algo de ropa. No puedo ver a Pilar en este estado.”

 “Yo le acompaño. No se preocupe.” Dice Doña Mercedes cogiendo su bolso.
……………

Enrique, ¿No hay nadie en la recepción? ¿Sabes dónde está mi madre?” Basilio acaba de salir de la cocina con dos cazuelas en la mano.

“No tengo ni idea. La vi salir por la tarde con un hombre pero no la he vuelto a ver desde entonces.”

“¿Un hombre?, ¿Mi madre? A saber qué se le habrá ocurrido ahora”. Basilio levanta las cazuelas al aire. Es inútil entender la actitud de su madre.

“Necesitaba su ayuda para la cena de esta noche pero me las arreglaré solo.”

“Hola señorita. ¿Podemos ayudarle en algo?” Enrique pregunta a una mujer morena que acaba de entrar en La Rosaleda. Es atractiva. Lleva el pelo tapado por una gorra de ganchillo rosa fucsia. Tiene los ojos verde botella y una sonrisa que deslumbra con sólo abrir la boca.

“¿Es usted el encargado de la casa?” Pregunta sorprendida mirando el atuendo de Enrique.

“Sí, ¿Le sorprende?” Enrique pregunta sorprendido. “¿No me ve capacitado para atenderle correctamente?”

“Uy, ¡Qué quisquilloso! Yo sólo hice una pregunta. Me sorprendió que alguien con esa pinta y ese olor a oveja  llevara la recepción de un sitio tan bonito y tan fino como éste.”

“Cabra, señorita, cabra”.

“Y ahora, ¿Por qué me insulta, estúpido?”

“Yo no la he insultado, estirada. Sólo le he dicho que huelo a cabra, no a oveja, ignorante.”

“¿Sabe lo que le digo? Que hasta que no haya una persona capacitada para atender este sitio, buscaré otro  donde alojarme”.

“Usted misma. Y ahora si me permite voy a darme una ducha. No quiero seguir espantando a una clientela tan distinguida.”

Olivia abandona la recepción de La Rosaleda sin mirar atrás, agitando la cabeza y las manos.

“¿Quién era esa?” Sebastián pregunta a Enrique después de haberse cruzado con Olivia en al entrada.

“Una petarda.”

“Sí, sí, será una petarda pero está para hacerle un favor.” Sebastián observando el movimiento de Olivia  alejándose.

Doña Mercedes y Marco Rossi entran en la casa. Vienen cargados con bolsas de ropa.

“Corra a la habitación a arreglarse. Queda poco para que llegue La Pilu, bueno Pilar. Cuando esté listo me avisa para prepararlo todo.”

Marco Rossi llega a la recepción. Doña Mercedes aparece con una toalla y una silla.

“Ya lo tengo todo listo. Verá usted qué sorpresa se va a llevar mi amiga.” Doña Mercedes empuja a Marco hacia el patio. Lo sienta en la silla. Y le coloca la toalla en la cabeza como si llevara un turbante.

“¿Cree que esto es necesario?” Marco parece una mujer en un salón de belleza, sentada de espaldas a la puerta. Incapaz de mantener quietos los pies, sus rodillas suben y bajan mientras se come las uñas.

“Hola, Doña Mercedes. Menudas horas para teñirle las canas a su hijo. Por cierto,  ¿Dónde está?” La Pilu entra con todo el kit de peluquería. Ataviada igual que un arbolito de Navidad al que no le falta un detalle. Peinada de peluquería, camiseta palabra de honor, y una falda de shantung. Todo acompañado por unos peep toes estampados.

“Veo que viene usted lista para salir de fiesta. ¿Ha quedado finalmente con Macario?” Doña Mercedes no aguanta la curiosidad.

“Sí. Esperaré a que termine su turno y después iremos a bailar a las fiestas de Las Muñecas del Valle”.

“Yo creo que va a cambiar usted de opinión.” Doña Mercedes está tan nerviosa que no es capaz de mantener el secreto por más tiempo.

Y Marco Rossi se gira…