Vas a la peluquería a cortarte el pelo y tienes que escuchar: “Pero…¿¿¿Qué le haces al pelo???? ¿¿¿Con qué lo lavas??? ¿¿¿Con jabón Lagarto???

Tú, ya con miedo,  le respondes: “Lo lavo cada 3 días con champú normal  y como mucho me atrevo a hacerle coletas”.

La peluquera te mira como si tuvieras tres años y fuera tu madre a punto de darte un bofetón para que espabiles: “Pues hija no tiene  brillo ninguno. Se te va a terminar cayendo enterito y luego vendrás a que hagamos milagros…como si lo viera”.

Me humilla, le pago y me voy corriendo a comprar mascarilla Kerastase.

Vas a la esteticién  a hacerte una limpieza y tienes que escuchar: “Pero… ¿Qué crema usas para la cara? La tienes hecha un asco. Parece el desierto del Gobi, toda cuarteada”.

Con miedo y al borde de las lágrimas respondo casi en un susurro por miedo a que me arree una torta: “Pues yo me echo la crema del Mercadona que dicen que es muy buena”.

“Pues hija, cambia de crema porque esa te viene fatal. Dentro de nada tendrás la piel de una mujer de 70. A ver qué opina tu pareja entonces…si todavía la tienes, claro.”

Me humilla, le pago y me voy corriendo a comprar una de Clinique.

Vas al dentista a hacerte una limpieza y sales de allí con un presupuesto de 1300 euros dentro del bolso. “Pero… ¿Cuánto hace que no te haces una limpieza? Esta muela está para quitar, esta también, ésta no sé si tendrá arreglo, necesitas dos empastes...Apunta, Puri, la 36, la 37, la 38, la 39 y así hasta un número que no sabía ni que existiera dentro de la boca.”

Me humilla, le pago la consulta y salgo  de allí después de haber pedido disculpas por tener una boca que  ni la del cuñaó en sus peores momentos y después de haber dejado voluntariamente que le hagan una fotocopia a la cartilla del banco para que me pasen todos los meses una cómoda cuota mensual y arreglar así el desperfecto.

            Vas a comprar ropa y coges la misma talla de siempre. Llegas al probador y casi no te sube de las rodillas.  ¿Cada vez hacen la ropa más pequeña o quieren amargarme la vida? Pareciera  que el mundo entero se ha confabulado contra mí.

            Traducción positiva de tanta humillación: Voy al bar, bebo 4 cervezas. Me las ponen con tapa y sin preguntar: ¿¿¿Te vas a meter todo eso para el cuerpo??? Me alegran la tarde. Nadie me humilla. Pago mucho menos que en los demás establecimientos de personas sin sentimientos y durante un rato se me olvida que se me va a caer el pelo, que tengo la piel como un lagarto, que estaré destentada en breve y que dentro de nada tendré que ir a tiendas XXXL.